Mensaje con motivo de la fiesta de San Francisco de Assís 2024
“Por eso le brillaban las llagas al exterior,
en la carne, porque la cruz
había echado muy hondas raíces dentro, en el alma”
(2 Cel 211).
PAZ Y BIEN
Hoy se cumplen 800 años de aquella experiencia mística de San Francisco en el monte Alvernia, de aquel momento en que fue marcado con las señales del Crucificado después de una vida buscando configurarse con Él. Entonces se hicieron realidad las palabras de Pablo: “Estoy crucificado con Cristo; vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mi” (Gál 2, 19-20). Así lo expresa uno de los himnos de Vísperas:
Lo ha tocado el Señor;
mirad palma con palma,
manos de dos amigos
en una cruz clavadas.
Manos de dos amigos… LA AMISTAD CON JESÚS es la clave para comprender el profundo deseo de Francisco de poder sufrir y amar como Él, por eso le había pedido que le fuese otorgado este favor antes de morir. Y Jesús le regaló llevar en su cuerpo las señales de la crucifixión; así es como fue un “alter Christus”. Con estas palabras lo explica claramente su biógrafo: “Llevaba arraigada en el corazón la cruz de Cristo. Y por eso le brillaban las llagas al exterior, en la carne, porque la cruz había echado muy hondas raíces dentro, en el alma” (2 Cel 211).
¡Qué desafío! ¡Dejémonos cuestionar! ¿Cómo hemos de ser o qué debemos hacer para que la cruz arraigue cada vez más en nuestra alma? Cada uno dará respuesta desde el discernimiento de la propia experiencia de fe; pero quisiera hacerles una invitación a ponerse en camino de CONVERSIÓN, cultivando el encuentro profundo con el Dios sufriente en la cruz, pobre y humilde.
Dejémonos interpelar por el misterio de la cruz de Jesucristo y dediquemos tiempo a contemplarlo, a silenciarnos a fin de escuchar cómo nos habla desde el patíbulo del Calvario. Entonces, mirándolo, recordaremos las palabras de nuestro Fundador, el beato José Tous: “Habéis abrazado una vida pobre y penitente” (J. T. Const. 1851, I). Es necesario que abracemos la cruz. Es urgente registrar en nuestra mente esta verdad del camino de la fe y, además, tenerla en cuenta en la vida diaria. Hay que caminar por la senda angosta (cf. Mt 7, 14) donde encontramos el sentido y el gusto de la austeridad, la disciplina, la pobreza, la desnudez…, donde comprobamos el rigor y el encanto del estilo de vida franciscano-clariano. Así será posible el encuentro con la Vida del Hijo de Dios, única fuente verdadera de paz, de alegría y de felicidad. Él es el Señor de nuestra existencia y, si nos dejamos adueñar por Él, la luz y la esperanza morarán en nosotros.
Creo que esta fue la experiencia de San Francisco en el monte Alvernia al recibir los estigmas en su cuerpo, pues antes de bajar de la montaña entregó al Hermano León un papel en el que había escrito las Alabanzas al Dios Altísimo, un precioso texto que expresa cómo en aquellos días él percibió la presencia de Dios en su alma:
“Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.
Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres altísimo, Tú eres rey omnipotente,
Tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra.
Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses,
Tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero.
Tú eres amor, caridad; Tú eres sabiduría, Tú eres humildad, Tú eres paciencia,
Tú eres belleza, Tú eres mansedumbre, Tú eres seguridad, Tú eres quietud,
Tú eres gozo, Tú eres nuestra esperanza y alegría, Tú eres justicia,
Tú eres templanza, Tú eres toda nuestra riqueza a saciedad.
Tú eres belleza, Tú eres mansedumbre; Tú eres protector,
Tú eres custodio y defensor nuestro; Tú eres fortaleza, Tú eres refrigerio.
Tú eres esperanza nuestra, Tú eres fe nuestra, Tú eres caridad nuestra,
Tú eres toda dulzura nuestra, Tú eres vida eterna nuestra:
grande y admirable Señor, Dios omnipotente, misericordioso Salvador”.
Así comprendió Francisco el señorío de Dios en su vida. Una experiencia muy viva, auténtica, intensa, honda, singular y única que aceptó con gran alegría. Cada una de sus palabras es un reflejo de ello que les invito a meditar y a traducir en la vida cotidiana hasta que este himno de alabanza se transforme en una expresión sincera de toda la existencia. Además, le pueden agregar sus propias alabanzas. Y, finalmente, les propongo hacer resonar en el corazón, una y otra vez, todas estas alabanzas hasta el punto que la vida entera sea resonancia de ellas.
Cierto es que todo lo que el Pobrecillo de Assís experimentó en Alvernia está rodeado de una viva y misteriosa presencia divina y las llagas, de un modo especial, son un elocuente y vigoroso SIGNO mediante el cual Dios nos habla. Sería bueno interpretarlo desde la confrontación de su vida de Seglares Capuchinos de la Madre del Divino Pastor con la suya, como referente espiritual de la Fraternidad. Escruten su corazón, déjense iluminar por su hondo deseo de padecer y amar como Cristo en la cruz. Y hagan una “lectura” atrevida de su propia vida, desde el contexto y la realidad de hoy. Cuando la fuerza de este signo les haya hablado, compartan con sus hermanos de la Fraternidad sus vivencias de las “marcas de Jesús” (cf. Gál 6, 17).
El abrazo a la cruz nos hace criaturas nuevas en el Espíritu (cf. 2Co 5, 17) y es el camino seguro de unión con el Señor, pero no la meta final de nuestra vida, pues esperamos la Resurrección, el encuentro definitivo con la Vida de Dios. Que esta luz que irradia la Pascua, aleje las oscuridades e ilumine nuestra voluntad a fin de poder acoger las heridas del momento presente con la convicción de que nuestra entrega a Dios es una “ofrenda agradable” (cf. Rom 12, 1) y una adhesión fehaciente de verdaderos discípulos de Cristo pobre y crucificado: “me alegro de lo que sufro por vosotros, porque de esta manera voy completando en mi propio cuerpo lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la Iglesia” (Col 1, 24). Que María, la Madre al pie de la Cruz, marcada por la espada del dolor (cf. Lc 2, 35), mirando a su Hijo traspasado, nos enseñe a dejarnos imprimir las señales de su pasión y a amarlas como camino de configuración con Él hasta la comunión plena en el Cielo, mientras una y otra vez proclamamos: “Tú eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios, vivo y verdadero” (AlD).
Con un abrazo fraterno y en unión de oraciones, les deseo una santa fiesta de San Francisco. Su hermana,
Mª Carme Brunsó Fageda.
Superiora General.
Barcelona, 17 de septiembre de 2024.