
Mensaje con motivo del Adviento 2022.
“Para que tengáis un futuro lleno de esperanza” (Jr 29, 11)
“En nuestro itinerario de catequesis sobre la esperanza cristiana, miramos a María, Madre de la esperanza. María ha atravesado más de una noche en su camino de madre. No era simplemente responder con un “sí”
a la invitación del ángel: sin embargo, ella responde con valentía, aunque no sabía nada del destino
que le esperaba. Aquel “sí” es el primer paso de una larga lista de obediencias
que acompañarán su itinerario de madre.
Así María aparece en los Evangelios como una mujer silenciosa, que muchas
veces no comprende todo aquello que sucede a su alrededor, pero
que medita cada palabra y cada suceso en su corazón.
Es una mujer que escucha: no se olviden que hay siempre una gran relación entre la
esperanza y la escucha, y María es una mujer que escucha, que acoge la existencia,
así como se presenta, con sus días felices, pero también con sus tragedias. (…)
Que en los momentos de dificultad, María pueda siempre sostener nuestros
pasos, pueda siempre decirnos al corazón: “Levántate. Mira adelante.
Mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza”.
(Papa Francisco, 10 de mayo de 2017)
PAZ Y BIEN.
“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 20, 38). Categórica afirmación de Jesús que nos llena de esperanza al iniciar el Adviento en un momento histórico con tanta incertidumbre, temores e, incluso, desencanto. Causas múltiples hacen de este tiempo post-pandémico sacudido por la violencia y la guerra, una oportunidad para perseverar confiados y esperanzados en las promesas del Señor, haciendo memoria de su paso por nuestra historia personal y colectiva, como Pueblo de Dios en marcha a la luz de la Palabra que se hace carne (cf. Jn 1, 14) y clamando: “Ven, Señor Jesús!” (Ap 20, 22). ¡Ven! ¡Ven!
María de Nazaret tuvo esta experiencia, la de la presencia actuante de Dios en su pueblo y en sí misma, un Dios vivo y que engendra vida. Por eso fue una MUJER DE ESPERANZA. Ahora, me gustaría invitarles a recordarla en el momento del anuncio del ángel (Lc 1, 26-38). ¡Sumerjámonos en este momento en que se funden cielo y tierra!
- “¡Dios te salve!” ¿Cómo reacciona la joven de Nazaret? ¿Susto? ¿Silencio? ¿Miedo? ¿Luz? ¿Paz? “El Señor está contigo”. El ángel le confirma una presencia, ella ya sabe que Dios la habita, por eso entenderá aquellas palabras de su Hijo unos años después: “El Reino de los cielos está dentro de vosotros” (Lc 17, 25). Convencida de esta presencia dentro de ella, se dispone a escuchar. Me parece oírle susurrar: Dime, háblame…, soy toda tuya: “Eres mi Señor, mi porción, dice mi alma; por eso, en ti ESPERARÉ” (Lm 3, 24). Tal vez solo fue un silencio profundo, elocuente, un momento sereno, abierto, luminoso, mientras recitaba interiormente el Salmo 33, 18: “Los ojos del Señor están sobre los que le aman, sobre los que ESPERAN en su misericordia”.
- Atenta al mensaje del enviado de Dios, escucha: “¡No temas! Concebirás y darás a luz un hijo. Él será grande, le llamarán Hijo del Altísimo, será rey y su reino no tendrá fin”. Sin Ella, hija de Israel, conoce bien la esperanza de su pueblo, comprende la profundidad del anuncio, la promesa empieza a hacerse realidad: “¡Éste es el Señor, a quien hemos ESPERADO! ¡Él nos salvará!” (Is 25, 9).
- Ella, sencilla joven nazarena, se siente llamada y escogida para una misión inmensa. Se interroga desde la fe y la sabiduría del corazón: “¿Cómo podrá ser esto?”. Y comprende la respuesta porque es una creyente hecha al fuego lento del Espíritu; y sabe que hace nuevas todas las cosas. Se siente cubierta por su sombra que la fecunda de los gérmenes del Dios de la Vida: “Con paciencia he ESPERADO en el Señor y Él se ha inclinado sobre mi” (Salmo 40, 2).
- Y no solo en ella Dios hace maravillas, también en su parienta Isabel, porque “para Dios no hay nada imposible”. ¡Bien que lo sabe! El Dios de Israel, el Dios de las promesas todo lo puede. María no duda. Con esta certeza tan solo le queda decir: “¡Hágase!”. Acoge el querer divino en lo más profundo de su corazón e irrumpe la vida en su seno: se convierte en madre de la Vida, madre de la Esperanza, madre del Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mt 1, 23). Con María, continuemos repitiendo: “Ven, Señor Jesús!” (Ap 20, 22) porque “toda mi vida he ESPERADO en ti, y he confiado en tus promesas (Salmo 130, 5).
María, como hija del Pueblo de Israel, sabe de las promesas y espera en Dios; por eso, reconoce su paso. De entre todas sus actitudes, me asombra que pronuncie el SÍ inmediatamente después de escuchar al ángel: “Para Dios no hay nada imposible” (Lc 1, 37). Si nuestra fe fuese tan honda como la suya… Si cada día proclamásemos con total convencimiento nuestro SÍ, entonces se harían realidad las palabras del profeta: “Los que ESPERAN en el Señor renovarán sus fuerzas, levantarán las alas como águilas. Correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán” (Is 40, 31). ¡Ciertamente! Caminaríamos confiados hacia la vida eterna, siendo signos del Reino en medio de nuestras familias y comundidades.
El Adviento nos invita a confiar y a ser hombres y mujeres esperanzados, fundamentados en la fe y la esperanza del Pueblo de Israel llevados a plenitud por Cristo, el Hijo de María, el Ungido de Dios, el Mesías. A pesar de encontrarnos inmersos en bastantes dificultades (cada uno puede hacer una lista), el paso del Dios vivo en medio de nosotros llena nuestros corazones de paz y de luz, porque creemos y confiamos en su Palabra, fuente de esperanza:
“Sólo yo sé los planes que tengo para vosotros. Son planes para vuestro bien, y no para vuestro mal, para que tengáis un futuro lleno de ESPERANZA” (Jr 29, 11).
Un futuro lleno de esperanza… Somos bienaventurados si creemos en la Palabra, como María: “Feliz tú porque has creído” (Lc 1, 45). En este año que estamos a punto de concluir, marcado por la celebración del 125º Aniversario de la aprobación pontificia del Instituto, durante el cual hemos profundizado en la perseverancia, haciendo memoria agradecida de nuestra historia y deseando abrazar el porvenir con ESPERANZA, esta palabra toma altura cuando la anclamos en la firme creencia de que todo es posible para Dios y, con confianza, nos ponemos a construir, a trabajar, a soñar… para convertirnos en manos del mismo Dios, en su voz y en la luz que ilumine los senderos del prójimo, tal como dice el canto de la XXV Asamblea General de CONFER que les animo a escuchar y a cantar:
CLICK: https://www.youtube.com/watch?v=B30xgNZPH3w
Con esta fe y confianza en Dios que nos ha legado nuestro Fundador, el Bto. José Tous, podremos ir construyendo nuestras familias y comunidades afrontando los desafíos que se nos planteen con esperanza, desde la identidad que nos da el carisma recibido: ser hermanos y hermanas menores, contemplativos, reconciliados y reconciliadores, creadores de fraternidad y audaces en la transmisión del Evangelio. Así vislumbraremos un horizonte lleno de esperanza.
Nos encomendamos a María, Madre de la Esperanza, para que nos enseñe a vivir confiados en el Dios de la vida para el cual “no hay nada imposible” (Lc 1, 37). Así, podremos pronunciar cada día nuestro SÍ a dejarnos fecundar por el Espíritu que engendra vida nueva, iluminados por la luz de Dios que nos promete “un futuro lleno de esperanza” (Jr 29, 11).
Unida a todos ustedes en la espera del Emmanuel, les deseo un Adviento de silencio contemplativo de las maravillas del Dios de la Vida en la historia de cada uno, recitando desde la paz del corazón: “Oh, alma mía, reposa sólo en Dios, porque Él es mi ESPERANZA” (Salmo 62, 6).
Les abraza su hermana,
Mª Carme Brunsó Fageda.
Superiora General.
Barcelona, 29 de noviembre de 2022.