Mensaje con motivo de las fiestas de la Madre del Divino Pastor y del Beato José Tous.

“Permaneced en mi amor”. (Jn 15, 9)

PAZ Y BIEN

La semana pasada fui al Convento de los Capuchinos de Sarriá, con motivo de la Misa exequial del querido P. José Herrera, capuchino, muy vinculado a nuestra comunidad, y al acabar la celebración pude acercarme a contemplar el precioso retablo de la “Divina Pastora” situado en el lateral de la capilla. Me llamó la atención el racimo de uvas que Jesús tiene en su mano. Enseguida recordé: “Él es la Vid y nosotros los sarmientos” (cf. Jn 15, 5); sólo si permanecemos muy unidos, podremos dar fruto. Y pensé en el P. Tous y en los frutos de su vida gracias a la asidua oración a Jesús a través de María y a la fiel perseverancia a los compromisos bautismales y religiosos, siempre “guardando todas las cosas en el corazón” (Lc 2, 51), como la Madre.

 

 

¡Cierto! La Madre fue la primera en vivir y guardar la Palabra de su Hijo y le debía resonar a menudo: “Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9): un amor fruto de la oración, hecho servicio solícito a sus hijos acogidos en el Calvario, firme al pie de la Cruz: “He aquí a tu hijo” (Jn 19, 26). Allí dio el Sí definitivo al querer divino, al acompañar a Jesús hasta la muerte, el Cordero inmolado, la máxima expresión de la misión del Buen Pastor, entregar la vida por las ovejas. Allí, María entiende y acoge el significado de ser la Madre del Buen Pastor y de sus ovejas, nosotros.

 

 

Por eso, muy pronto, la encontramos acompañando a los discípulos, asustados y un poco incrédulos, así como animando su constante y unánime oración (cf. Hch 1, 14). Ella sabe muy bien que es necesario permanecer unidos a la Vid Verdadera para dar fruto: los racimos que Jesús sostiene con la mano derecha son el símbolo de ello. En cierta forma, nos viene a decir que la oración por intercesión de su Madre da los frutos del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, dulzura y dominio propio (cf. Gál 5, 22-23).

 

 

Unos frutos que se convierten en un retrato de la fecundidad de la vida del P. Tous, unido a María de quien se siente un hijo muy amado. La conoció de niño en la familia y en el Convento de los Capuchinos de Igualada y fue su compañera, silenciosamente presente, en los senderos de su vida. Son inseparables. A veces, cuando miro la imagen de la Buena Madre pienso en nuestro Fundador: cuántos ratos pasaría mirándola, hablándole, escuchando sus respuestas… Tal vez nos podemos imaginar algunas conversaciones…

Un día, los frailes, pasando cerca de la capilla, vieron abrirse suavemente los labios del P.Tous:

Madre, estoy aquí contigo… Tu corazón  guarda mis más íntimos secretos. Ya lo sabes, quiero ser plenamente del Señor, mañana le diré SÍ con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas (cf. Mt 22, 37). Le volveré a decir que es “mi Bien, todo Bien, el sumo Bien” (cf. AlD 3). Mañana profesaré. ¡Soy tan feliz! Contigo quiero cantar: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47). Enséñame a ser fiel… Y, en el silencio del corazón, escucha unas palabras: “Soy el depósito y la dispensadora de todas las gracias” (*), te llevo en el corazón y guardaré tu vocación día tras día, velando para que “te mantengas inflamado en el amor a Jesús y unido a Él, el Celestial Esposo de las almas puras” (cf. J. T. 1864).

 

 

El P. Pruna y fray Narciso, camino del exilio, lo vieron con una estampa de la Divina Pastora en la mano, a la cual le susurraba:

Madre, estoy aquí contigo… Y como Tú cuando ibas hacia Egipto, también yo me voy lejos de mi tierra. Tú protegías a tu Hijo; yo, para proteger mi vocación, ya lo ves, voy hacia Italia. Tú y yo perseguidos a causa del nombre de Jesús. Ahora, sin convento, sin destino, sin personas conocidas.. frío y nieve, escaso el pan… Me parece que esta es la “perfecta alegría” de la cual nos habla San Francisco. ¡Y tanto para ofrecer! ¡Y tanto para agradecer! Madre, hazme compañía en la soledad. Y, en el silencio del corazón, escucha unas palabras: José, “has escogido una vida estrecha y penitente” (J. T. 1850). “Sé constante, hijo mío, y no temas, que todo saldrá según los designios de la divina Providencia” (cf. J. T. 1868).

 

 

Al atardecer de un día, como tantos otros, Remedio, Marta e Isabel lo vieron arrodillado ante la imagen de la Divina Pastora en la Parroquia de San Francisco de Paula; oraba intensamente:

Madre, estoy aquí contigo… Tengo el corazón herido. Tanta miseria en el entorno, las niñas sin escuela, tantas almas que no te conocen… Y estas jóvenes que no pueden hacer realidad su anhelo de consagrarse a Dios… ¡Qué mundo! ¡Tanto que necesitamos vivir los valores del Evangelio y tantos obstáculos! Sé que soy débil, pero tal vez puedo hacer algo más “para llevar ovejitas a tu rebaño” (J. T. 1865). ¿Qué te parece? Y, en el silencio del corazón, escucha unas palabras: El Espíritu Santo está contigo. ¡Haz lo que te ha inspirado! Que estas jóvenes “derramen en el corazón de las niñas los santos pensamientos y devotos afectos que Dios les ha comunicado en la santa oración” (J. T. 1864). ¡Adelante! “Ponlas bajo mi protección y nada les faltará” (cf. J.T. 1864).

 

 

Psst, psst… unas niñas miran al P. Tous sentado junto a la Divina Pastora, y se hacen señas para estar calladitas; parece que oyen un susurro…

Madre, estoy aquí contigo… Me gusta mirarte a los ojos, ¡es tan bella tu mirada! ¿Sabes? No sé donde llevar a las hermanas; aquí en Ripoll las cosas no van bien. Cómo tú, me pregunto: “¿Cómo será esto?” (Lc 1, 34). Hace tan poco tiempo que el Instituto ha empezado a caminar… Las hermanas deberían echar raices en algún lugar… ¿Qué puedo hacer? Y, en el silencio del corazón, escucha unas palabras: ¡Ánimo! “Dios ya sabe lo que os conviene; acudid a Él con mucha confianza. Si pedís bien, y con fe y confianza, alcanzaréis lo que pidiereis” (J. T. 1868). ¡Ánimo! Yo misma “os daré fuerzas y gracia para llevar a cabo y perfeccionar las escuelas que el mismo Dios os ha confiado” (cf. J. T. 1868).

 

 

Las hermanas de Capellades miraban como el P. Tous paseaba por el huerto rezando el rosario…

Madre, estoy aquí contigo… ¡El Avemaría es la canción de mi corazón mientras te voy contemplando en tantas imágenes! Desde que era niño hasta ahora, las recuerdo una por una… han quedado grabadas en mi retina. Y, en todas, tu mirada tierna y serena, tu rostro afable, tu gesto acogedor… ¡Qué dulce compañía, la tuya! Tengo añoranza del cielo, ya tengo ganas de estar contigo y de ver el rostro del Padre: “¿Cuándo será, Dios mío, que me querréis para Vos?” Y, en el silencio del corazón, escucha unas palabras: Pronto, muy pronto gozarás de la eterna bienaventuranza porque has sido un “siervo fiel” (Mt 25, 21) y has perseverado en los compromisos de tu juventud; “por eso, obtendrás en el cielo la bendición del Altísimo Padre Celestial” (J. T. 1851) por siempre.

 

 

Estoy muy segura que todo lo que escribía el P. Tous en sus cartas era el reflejo de lo que vivía en la relación filial y amorosa con la Divina Pastora. Continuemos contemplando otras conversaciones con la Madre y ojalá que su ejemplo nos mueva a perseverar en la oración, permaneciendo largos ratos a los pies de María, abriéndole el corazón y escuchando en el silencio profundo sus palabras, animadas por los “gemidos inefables del Espíritu” (cf. Rm 8, 26). Solamente así seremos testigos del Amor.

 

 

Madre y Pastora nuestra, continúa guardándonos en tu corazón, enciende en nosotros la sed de Dios y de buscarlo en el silencio de la oración. Así mismo, ayúdanos a “permanecer en su amor” (cf. Jn 15, 9), muy unidos a la Vid Verdadera y entre nosotros, como el racimo de uvas, para ser “vino nuevo” del Reino para la Iglesia y para el mundo.

 

 

Con el deseo de unas fiestas llenas de oración y gozo, les abraza su hermana,

 

Mª Carme Brunsó Fageda.

Superiora General.

Barcelona, 21 de abril de 2022.

(*) Plegaria a María Santísima de la Perseverancia.