
Mensaje con motivo de la fiesta de San Francisco 2023
“Santa Virgen María:
No ha nacido en el mundo una semejante a ti entre las mujeres;
hija y sierva del Altísimo sumo Rey el Padre celestial;
madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo,
esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros, junto con el arcángel san Miguel
y todas las virtudes de los cielos
y todos los santos,
ante tu amado santísimo Hijo, Señor y Maestro.
Antífona Santa Virgen María
(San Francico de Asís)
¡PAZ Y BIEN!
Hace poco más de un mes, el día de la fiesta de Santa María de los Ángeles, seguramente cantamos a la Virgen: “Yo soy una alondra que ha puesto en ti su nido”. Hoy recuerdo este canto tan entrañable al ponerme a escribir estas letras con motivo de la fiesta de San Francisco, porque con el cobijo de la Madre del cielo, tuvo en la Porciúncula su nido: fue donde nació la Orden, allí recibió a Clara la noche de Ramos, allí abrazó a la hermana muerte. Y dejó dicho: “No lo abandonéis nunca…” (cf. EP 83). De ahí se desprende el mensaje de Francisco a todos los que desean vivir el Evangelio siguiendo su ejemplo: no os apartéis de María, buscad en toda ocasión el cobijo de su corazón, volved siempre al nido.
Y Francisco lo expresa bellamente con la Antífona que le dedica, de la cual tomó algunas palabras para hacer una breve reflexión:
Santa Virgen María: no ha nacido en el mundo una semejante a ti entre las mujeres:
Hija y sierva del Altísimo sumo Rey el Padre celestial.
Vínculo. Esta es la palabra que define la relación de María con Dios Padre. El vínculo indestructible del amor filial que se convierte en un “¡Hágase!” (Lc 1, 38) y en un “Magníficat” (cf. Lc 1, 46-54). Un SÍ y un CANTO de alabanza desde un corazón de humilde sierva. María se reconoce pequeña ante la grandeza de Dios y, al mismo tiempo, llamada a hacer de su vida una donación libre y gratuita, sin pereza, a Dios y al prójimo: “Se puso en camino de prisa hacia la montaña” (Lc 1, 39). Se siente feliz de ser pequeña, porque en ella pueden brillar las maravillas del Altísimo. María, la HIJA, irradia profunda ALEGRÍA. Francisco se refleja en Ella y se hace cantautor de las alabanzas al Altísimo.
Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo.
En el saludo a la bienaventurada Virgen María, Francisco le dice: “En Ti está toda la plenitud de la gracia y todo bien!”. Esta es la palabra clave: llena de gracia. Así es como la saluda el ángel (cf. Lc 1, 28) y así ha permanecido en el tiempo: la Madre de la Gracia, la Madre del mismo Hijo de Dios. Ella es presencia del Amor en medio de nosotros. Mirémosla en el momento de la anunciación: serena, pacificada, ponderada, silenciosa, abierta, dócil, obediente… Con su respuesta se convierte en MADRE de quien trae el consuelo a la tierra, de quien se hace hermano de los pequeños y pobres. Ella se hace caridad junto con el Hijo y guarda en su corazón todo lo que observa, padece y goza: se convierte en contemplativa de lo más cotidiano en el seno de una vida oculta en la cual deja paso a Jesús, en la cual tan solo está en primera fila al pie de la Cruz. María, la MADRE, simplemente irradia al Hijo: inmensa PAZ. Francisco se refleja en Ella y se convierte en pregonero de la paz.
Esposa del Espíritu Santo.
Unción. He aquí la palabra que la define. María es ungida por el Espíritu y se convierte en “tabernáculo de Dios” (SalVM 4), su casa y morada. Es una alianza esponsal que la fecunda y la llena de dones y de frutos. Y Ella se deja hacer al fuego lento del Espíritu y se deja llevar por su viento. De aquí la efusión del Espíritu cuando se encuentra con Isabel; de aquí que exulte y proclame un canto de alabanza al sentirse reconocida como “Madre de mi Señor” (Lc 1, 43); de aquí que profetice: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1, 48); de aquí que sepa adivinar en Caná la llegada de la hora del Hijo (cf. Jn 2, 4); de aquí su fortaleza al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 25); de aquí el acompañamiento a los discípulos esperando la plenitud del Espíritu (cf. Fets 1, 14). María, ESPOSA del Espíritu, irradia COMUNIÓN: Es la “Virgen hecha Iglesia” (SalVM 1). Francisco se refleja en Ella y se convierte en reconstructor de la Iglesia.
Después de haber contemplado a María desde la mirada de San Francisco, creo que solamente queda decir: ¡Gloria a Dios! ¡Gloria al Padre, gloria al Hijo y gloria al Espíritu que nos han hecho el regalo de la Madre. Y deseo hacerlo, unida a todos ustedes, con las mismas palabras de San Francisco:
«Ninguna otra cosa, pues, deseemos, ninguna otra ambicionemos, ninguna otra nos agrade ni deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien; él, que es el solo bueno (cf. Lc 18, 19), piadoso, manso, suave y dulce; él, que es solo santo, justo, veraz, santo y recto; él, que es el solo benigno, inocente y puro: de él, por él y en él (cf. Rm 11, 36) está todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria de todos los penitentes y justos, de todos los santos, que gozan juntos en el cielo. Nada, por lo tanto, sirva de obstáculo, nada separe, nada se interponga. Dondequiera y en todo lugar, a toda hora y en todo tiempo, diariamente y de continuo, todos nosotros creamos sincera y humildemente, tengamos en el corazón y amemos, honremos, adoremos, sirvamos, alabemos y bendigamos, glorifiquemos y sobreensalcemos, engrandezcamos y demos gracias, al altísimo y sumo dios eterno, trinidad y unidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas y salvador de todos los que en él creen y esperan y a él aman: el cual es sin principio ni fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, inescrutable, bendito, loable, glorioso, sobreensalzado (Dan 3, 52), sublime, excelso, suave, amable, deleitable y sobre todas las cosas todo deseable por los siglos” (1R XXIII, 9-11).
Sí, adoración, gloria y gratitud a Dios, desde nuestra pequeñez: Así lo vive y manifiesta el “poverello” de Asís. Con un mismo sentir, todos unidos, Voluntarios Capuchinos y hermanas, proclamemos nuestra acción de gracias a Dios por habernos dejado a María por Madre y habernos regalado la vocación a la minoridad en un Instituto tan mariano. Y, como Ella, les invito a escribir y a cantar cada una el propio “magníficat”, el personal cántico de alabanza al Señor, con toda humildad, por tanto bien recibido. Vivir así nos hará sentir una profunda alegría y serán felices de haber sido llamados a ser Voluntarios Capuchinos de la Madre del Divino Pastor. Entonces irradiarán paz, serán un canto de alabanza a Dios y sencillos instrumentos de comunión.
Madre nuestra, con San Francisco te decimos: “Salve, palacio de Dios” (SalVM 4), la casa donde reposa tu Hijo y el nido que buscamos todas nosotros, tus hijos como alondras revolando por el mundo. Enséñanos a tener nuestro gozo en la fidelidad y misericordia del Padre que mantiene su corazón inclinado siempre hacia los que se saben “bienaventurados porque son pobres de espíritu” (cf. Mt 5, 3). Y siempre: “ruega por nosotros, ante tu amado santísimo Hijo, Señor y Maestro” (Ant. VM).
Deseándoles una bendecida fiesta de San Francisco, les abraza su hermana,
Mª Carme Brunsó Fageda.
Superiora General.
Barcelona, 29 de septiembre de 2023