Mensaje con motivo de la fiesta de la Madre del Divino Pastor 2024.

“Confío en que nada les ha de faltar, teniendo como tienen tan buena y rica superiora y abadesa, la Divina Pastora de las almas”

(cf. J. T. Carta 18-10-1865).

 

 

 

 

PAZ Y BIEN.

 

Estos últimos días, con alegría y esperanza, hemos escuchado en la secuencia de Pascua: Cordero sin pecado que a las ovejas salva, a Dios y a los culpables unió con nueva alianza”. ¡Cierto! Somos ovejas salvadas por el Cordero que, como profetiza Isaías, fue “llevado al matadero” (Is. 53, 7). Y allí, al pie de la cruz, está la Madre, “traspasada por la espada” (cf. Lc 2, 35), profecía de Simeón. Madre e Hijo acogen los designios divinos, obedientes al Padre. Allí se estrena la nueva alianza. Allí el Hijo nos regala a la Madre; y allí la Madre renueva su “hágase” (Lc 1, 38). Con razón cantamos: “Tú la mujer fuerte has probado toda la amargura y todo el dolor” y concluimos con nuestra gratitud hacia Ella: “Gracias por tu sí sin condición”.

 

Es allí, en la Cruz, donde Cristo lleva hasta el extremo la misión de Pastor, hasta entregar la vida por las ovejas: “No quieres sacrificios ni ofrendas, sino que me has dado un cuerpo. Entonces dije: Aquí vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb 10, 5.7). Y allí, en pie, la Madre se une a la ofrenda del Hijo y, después de acompañarlo junto a la cruz, queda disponible para continuar su la obra. Allí, María se convierte en Pastora del rebaño que le confía su Hijo. Allí recibe el encargo de apacentar las ovejas de la Iglesia naciente.

 

Fíjense cómo su corazón de Madre y Pastora bien pronto comienza a mostrarse solícito. Así lo expresa un sermón de San Juan de Ávila, repensando cómo serían aquellos primeros momentos después de la muerte de Jesús:

 

“Así pues, llegaron a la casa, y entonces quedóse san Juan a la puerta, para despedir la gente y agradecerle su buen comedimiento (…) Sube la Virgen arriba, entra en la casa donde la noche antes había cenado. ¡Qué renovar de lágrimas había allí! “Oh hijo y señor mío, compañía mía! (…) ¡Anoche estabas aquí con tus discípulos y agora te dejo debajo de la tierra! (…) Llama a San Juan:  – Di, hijo mío, ¿adónde están mis hijos? Vuestros hermanos, ¿dónde están? Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas, ¿adónde están? Traérmelos acá (…) No descansaré hasta que vea los discípulos de mi Hijo” (Sermón 67. Soledad de María).

 

La Madre desea tener a los hijos juntos, unidos. Los reúne a su alrededor y, a partir de entonces, los cuidará. Es compañía, firmeza y ternura de madre que, además, vela como buena pastora del rebaño encomendado. De nuevo, engendra; de nuevo pronuncia  un “sí sin condición”. La Madre y Pastora es total confianza para los hijos e hijas. Así la percibía el P. Tous en su vida y, así, lo dejaba entrever en sus conversaciones:

 

“Hasta ahora nada les ha faltado de lo necesario para vivir decentemente y confío en que en adelante no les ha de faltar, teniendo como tienen tan buena y rica superiora y abadesa, la Divina Pastora de las almas” (J. T. Carta 18-10-1865).

 

NADA NOS HA DE FALTAR. Convencidos de estas palabras, presentémosle nuestras necesidades. Y, hoy, entre otras muchas que cada uno lleva en su corazón, less invito a pedirle el don de nuevas vocaciones para el Instituto a fin de poder dar continuidad al bello carisma que hemos heredado, un don para la Iglesia. “Pedir al Dueño de la mies que envíe operarios” (Lc 10, 2) es una manera de reconocer todo el bien recibido a través del Instituto.

 

Oración y esperanza van de la mano. Sí, podremos vislumbrar el porvenir con esperanza si confiamos a María las jóvenes que Dios está llamando a ser Capuchinas de la Madre del Divino Pastor. De forma parecida lo expresa el Papa Francisco en el Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de oración por las vocaciones 2024:

 

“La oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta”.

 

Oremos, oremos… con esperanza. Avivemos nuestra intercesión por el aumento de vocaciones, tanto personal como en los encuentros grupales. Y unamos a las oraciones la ascesis, pues, como dice un sabio proverbio: ‘la oración pide y la penitencia  alcanza’.

 

Al mismo tiempo, contemplando a María después de la muerte de Jesús, también podemos escuchar de sus labios, como si fuésemos otro ‘Juan’: ¿Dónde están mis hijas? Traédmelas acá”. Es la Pastora que vela por su rebaño, vela a fin de llevar más ovejitas al redil del Buen Pastor, mujeres que hagan de sus vidas una ofrenda al Padre, un canto de alabanza a la infinita Misericordia. Estemos atentos para descubrir las señales de la llamada de Dios en algunas jóvenes. Anunciemos a la juventud el gozo de conocer al Buen Pastor y la felicidad de seguirle:

 

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él” (Papa Francisco, JMPV 2024).

 

¡Ánimo! Mirémonos en el P. Tous: Su afán de imitar muy de cerca a Cristo, Buen Pastor, y a María su Madre, al pie de la cruz, le llevó a contemplarlos en la oración, a hablar de ellos y a gastarse por ellos. Así seamos nosotros. Y mantengámonos siempre en el regazo de la dulce Pastorcita para saber depositar en su corazón la necesidad de nuevas vocaciones para el Instituto, seguros de que “nada nos ha de faltar” si confiamos en “tan buena y rica superiora y abadesa” (cf. J. T. Carta 18-10-1865).

 

Dando gracias a María por su “sí sin condición”, les deseo una feliz fiesta de la Madre del Divino Pastor. Reciban un abrazo fraterno de su hermana,  

         

 

Mª Carme Brunsó Fageda

Supriora General.

Barcelona, 11 de abril de 2024.