Mensaje con motivo de la Cuaresma 2024.
«Convertíos y creed en el Evangelio”
(Mc 1, 15).
PAZ Y BIEN.
“Francisco, de amor estás herido: las manos, los pies y el corazón”. A lo mejor recuerdan este canto que se suele entonar en la fiesta de la estigmatización de San Francisco, de la cual celebramos este año el VIII Centenario. Me quedo con la expresión: “de amor estás herido”. Realmente, este es el resumen de su vida; las llagas externas son la expresión de una herida de amor en el corazón que le cambió el rumbo de su existencia, gracias a la honda experiencia del amor de Cristo. Por eso fue capaz de pedir:
“Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores” (Consi- deraciones sobre las llagas 3).
Realmente el amor a Cristo, crucificado por nosotros pecadores, provocó en la vida del Pobrecillo de Asís un dinamismo constante de conversión desde su juventud. El hecho de tener conciencia de ser pecador y el deseo de unirse a su Señor con un corazón puro, le condujeron a una vida penitente, expresada de muy diversas maneras: ayunos, mortificaciones, pedir limosna, dejarse corregir, la aceptación paciente de la tribulación, no entrar en discusiones, guardar silencio, no pelearse sino responder con humildad, no enfadarse… (cf. 1R Cap. XI, 1-3) y, al mismo tiempo, confesar los pecados (cf. 2CtaF, 22-25).
Un verdadero programa de ascesis que les invito a seguir para un cambio de rumbo en la vida, es decir, para vivir en estado de CONVERSIÓN. Este término define el tiempo cuaresmal que estamos iniciando; ya desde el primer día, el Miércoles de Ceniza, está presente: “¡Convertíos y creed en el Evangelio!” (Mc 1, 15). De hecho, pertenecemos a una Orden de penitencia, la franciscana, y por ello debemos actualizar diariamente la conversión del corazón y renovación de vida.
Hacer crecer nuestra alianza con Dios es cuestión de fidelidad que implica revitalizar la donación de amor y remover los tropiezos que nos puedan retrasar en el camino iniciado. Por eso, vivir en actitud de conversión supone pedir la gracia, tener la disposición de acogerla y ser consecuente a las llamadas diarias que nos hace el Señor. A San Francisco le llegó a través del prójimo más vulnerable de su tiempo: el leproso (1Cel 17). Y nosotros, ¿por quién nos dejamos interpelar para convertirnos? Es necesario el discernimiento personal y en comunidad, así como saber agradecer la corrección.
Y, en una verdadera conversión, además de las prácticas penitenciales, tiene un papel fundamental la recepción del sacramento de la Reconciliación, como también apuntaba San Francisco, pues somos frágiles, y a veces, “no hacemos el bien que queremos, sino el mal que no queremos” (cf. Rom 7, 19), con las consecuencias que tiene para nuestra vida tanto personal como fraterna:
“El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el pecado de uno de sus miembros” (Catecismo 1469).
La paz que da el perdón que recibimos con este sacramento es un buen impulso para nuestra vida espiritual, especialmente para crecer en la humildad que nos acerca a la amistad con Dios, y nos regala la tranquilidad de la conciencia y el consuelo necesario (cf. Catecismo 1468). Ante tantos bienes espirituales, revisemos cuáles son los obstáculos que, en algunas ocasiones, nos impiden frecuentar este sacramento. Tal vez: ¿La pereza? ¿Falta de un examen de conciencia diario más profundo? ¿La rutina? ¿No buscar el tiempo? ¿Falta de más dedicación a la oración para tener una buena disposición interior?
Los consejos del Papa Francisco, quizás nos pueden ayudar:
“En este caminar no avanzamos solos, es el Espíritu Santo quien nos impulsa y nos inspira a ponernos de pie. Con suavidad, este dulce huésped del alma susurra a nuestra conciencia que hay que volver al corazón del Padre. (…) Somos hijos que corren a recibir su abrazo en el cual se funden nuestra miseria y su misericordia. (…) No tengas vergüenza, Dios nunca se avergüenza de ti. (…) Confía en su fidelidad, Dios no se desanima cuando caemos, a pesar de que nosotros sí nos podemos desanimar. (…) Y después de cada confesión, estate un ratito recordando el perdón que has recibido; como un tesoro, guarda la paz en el corazón, esta libertad que sientes dentro” (cf. Homilía 21-2-2021).
Así, pues, les animo a avivar la vida penitente con la convicción de que es una vía segura para la CONVERSIÓN DEL CORAZÓN, para ir creciendo en la configuración con Cristo, para poder “tener sus mismos sentimientos” (cf. Flp 2, 5). Este era el anhelo de San Francisco: sufrir y amar como el Crucificado. A ello, dedicó toda la vida, día a día, con constancia; y la penitencia, que es despojo de uno mismo, fue el sendero que le ayudó a llegar a la íntima unión con Él.
Este año que celebramos la estigmatización, profundicemos en esta vida “herida de amor” y pidámosle su intercesión para que, como él, desde la oración contemplativa de Cristo crucificado, con las prácticas penitenciales y la confesión podamos seguir el camino de conversión cuaresmal y, así, hacer posible que nuestro corazón se vaya dejando “herir de amor” por Jesús; y, al mismo tiempo, en cierta forma, podamos “llevar sus marcas en nuestro cuerpo” (Gál. 6, 17). Entonces, inflamados por este amor, podremos derramarlo a todos los que comparten con nosotros pedacitos de su vida.
Que María al pie de la Cruz, marcada por el dolor y el amor, nos ayude a dejarnos tomar por su Hijo que nos continúa llamando y atrayendo desde la Cruz para vivir una alianza de amor y fidelidad mutuas. Que Ella nos anime a hacer penitencia para que sea una realidad la conversión de nuestro corazón y podamos vivir según el Evangelio de Jesús y, en unidad de espíritus, celebrar la fe a la luz de la Pascua.
Deseándoles un camino de conversión cuaresmal que pueda dar frutos de resurrección, les abraza su hermana,
Mª Carme Brunsó Fageda.
Superiora General.
Barcelona, 14 de febrero de 2024.
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