LA SENCILLEZ Y LA ALEGRÍA DE LAS HERMANAS

LA SENCILLEZ Y LA ALEGRÍA DE LAS HERMANAS

Me llamo Noemy Mora Robles, soy hermana Junior de la Congregación de Capuchinas de la Madre del Divino Pastor; tengo 30 años y soy de nacionalidad costarricense. Yo también, como Francisco y Clara de Asís, sentí la llamada de Jesús invitando a vivir con Él y compartir con todo el mundo la Paz y el Bien. Esta es a grandes rasgos la historia de mi vocación: Yo fui una chica normal, la segunda de seis hermanos. Tuve unos padres realmente buenos. Mi vida estuvo marcada por la familiaridad con la gente del Mi pueblo, gente sencilla y acogedora con la que compartí con naturalidad el don de la fe. Como joven, hacía lo mismo que los otros jóvenes, las limitaciones económicas no rompían mis sueños; quería tener dinero, formar una familia y dar satisfacción en mis naturales inquietudes.

 

Todo esto, sin embargo, dejaba un gran vacío en mi interior. Buscaba la soledad y me preguntaba sobre las razones profundas de mi existencia, buscaba alguna algo que diera plenitud en mi vida … Fue en 1997, cuando al terminar los estudios de bachillerato me trasladé a San Isidro, un lugar un poco más céntrico; mi intención era iniciar los estudios universitarios, pero no me sentía ilusionada. Todo lo veía de color gris. aquel año se casó mi hermana mayor, me fui a vivir con ella en San Isidro.

 

Durante este año tuve un problema personal que me hizo tocar fondo, tuve que enfrentarlo sola y en silencio para no perjudicar mi familia, me sentía hundida y mi único apoyo fue Jesús de Nazaret, al que acudí cada tarde intentando huir de aquella situación. Jesús me devolvió la paz. Desde aquel día descubrí la fe como experiencia personal y a Jesús vivo en la Iglesia.

 

Desde aquella experiencia sentía una necesidad insistente de ir a la catedral a dar gracias al Señor. Nació en mí un sentimiento nuevo, había descubierto que únicamente el Señor es esencial y que el resto es simplemente apariencia. Inicié el que se puede decir una investigación, escuchaba con atención y todo tenía un aire vocacional. Las homilías y cantos me parecían dirigidos a mí. Un día, al salir de la Catedral, me vino una idea que nunca me había planteado seriamente; la posibilidad de optar por la vida religiosa. Pero, enseguida, voy pensar que esto no era para mí, además, allí no había monjas, al menos conocidas por mí. Le dije al Señor que yo, por mi parte, no haría nada para buscar ningún convento y que no comentaría con ninguna persona mi nueva inquietud, que si él me quería como religiosa tendría que abrir él mismo el camino porque yo no lo buscaría. Esto ocurrió un viernes, al día siguiente, como cada sábado, me fui hacia el Mi pueblo a visitar a mi familia. Ese día coincidió además la Eucaristía, que normalmente se celebraba cada dos o tres meses. Al terminar, como siempre, nos quedamos charlando dentro de la iglesia. Fue en este momento cuando uno de los mis tíos me dio un tríptico.

– «Cógelo, Noemy, por si acaso quieres hacerte monja».

 

No recuerdo con certeza mi reacción, lo que si que tenía seguro es que había pedido una respuesta y ahora la tenía ante mí. Lo único que recuerdo de aquel tríptico es la imagen de San Francisco y un número de teléfono. Al salir del templo le decir a mi madre que llamaría a aquellas hermanas porque quería ir con ellas. Al día siguiente, lunes, nuevamente en San Isidro, me puse delante del teléfono, tras colgarlo y descolgarlo varias veces me decidí a llamar convencida de que mi intención era pedir información y que no había que dar ni mi nombre. Me contestó la Hna. Rosario, formadora de novicias, y al sentir mi inquietud llamó la Hna. Sandra la que era a la sazón promotora vocacional; ahora no recuerdo lo que pregunté, lo que sí recuerdo es la propuesta de la hermana Sandra de venir a visitarme. Yo acepté por cortesía, pero estaba realmente nerviosa … El viernes de esa misma semana ya tenía a la hermana Sandra y a otra religiosa en casa de mi hermana, pregunté muchas cosas pero lo que realmente en convenció fue su testimonio de vida, su sencillez y alegría.

 

Ese mismo fin de semana invitarme a visitar su convento en San José. Nunca había visto tantas monjas juntas. Participé en un encuentro vocacional en San Ramón de Alajuela y volví a casa de mi hermana habiendo pedido el ingreso para el mes de febrero. nos encontrábamos en el mes de septiembre. Los meses siguientes fueron de mucha lucha, el mundo volvía a brillar, pero yo ya había tomado mi decisión. Al llegar la fecha acordada llamé nuevamente, me dijeron que el aspirantado sería en Coto 47, un lugar cerca de la frontera con Panamá. Voy irme allí con tres aspirantes más, que un mes después volvieron a casa. hice un año de aspirantado en aquella casa fundada ese mismo año y, en terminarlo, me comunicaron que haría mi formación religiosa en España.